Ideas

Educar la interdependencia

“Toda vida está interrelacionada…estamos atrapados en una red inevitable de reciprocidad, atados a una misma vestidura del destino. Todo cuanto le afecta a uno directamente, afecta a todos indirectamente”.

-Martin Luther King Jr.

Una de las principales ideas sobre las que se fundamenta nuestro sistema de creencias y valores, es la de percibirnos a nosotros mismos como seres separados, independientes y distintos a los demás, la idea de un yo sustancial.

La idea de un yo sustancial está muy arraigada en nuestra cultura occidental, fundamentada ya en la Grecia antigua, cuando Aristóteles habló de la sustancia u ousía, indicando que los seres tenían aspectos sustanciales y otros accidentales, siendo los sustanciales los que los definían quienes éramos. Más modernamente, Descartes desarrolló una perspectiva dualista, separando la dimensión o cosa pensante (res cogita) de la cosa material (res extensa), fundamentando así una postura filosófica que divide a los objetos (siempre cambiantes) del sujeto pensante (que no se ve sometido a las mismas contingencias que la materialidad tiene) reforzándose así la idea de la existencia de un yo o sujeto independiente del entorno.

Aun cuando esta idea de un yo independiente ha sido cuestionada por innumerables pensadores, en la práctica perspectiva sigue estando plenamente vigente y su influencia sigue siendo inmensa.

Muchas de las dificultades que vivimos como sociedad actualmente (calentamiento global, crisis humanitarias, problemas de comunicación, sintomatología ansiosa y depresiva, etc.) guardan relación con que hemos estado pensándonos a nosotros mismos como seres independientes, creyendo que lo que hacemos no afecta demasiado a los demás ni a nuestro entorno, en este punto, la educación juega un rol central.

Si la perspectiva de un yo sustancial ha sido transmitida durante generaciones mediante la educación, hoy tenemos la posibilidad privilegiada de desarrollar una nueva perspectiva educativa. Necesitamos con urgencia una educación que contribuya a desarrollar una mirada interdependiente del sí mismo, una educación que resalte aquellas cosas que compartimos como humanidad y con toda la naturaleza, una educación que nos ayude a mirar con una mirada renovada, a poder observar con la mayor claridad posible el tejido que nos rodea y del cual formamos parte.

No es difícil reconocer que aquello que llamamos yo no es algo sustancial ni está completamente separado, podemos intuir sutilmente que estamos conectados y vivimos gracias a una compleja red de relaciones que permiten que nuestras vidas sean posibles. Quizás basta con que nos hagamos la siguiente pregunta: ¿Cuántas cosas están ocurriendo en este mismo instante, que nos permiten estar vivos?

Cada uno de nosotros puede observar el entramado de interdependencia que nos sostiene. Por ejemplo, cuando comemos, el alimento que está en nuestro plato es fruto de la tierra; por muy elaborado que sea, en algún momento ha requerido del sol, de oxígeno, de tierra, de agua y de nutrientes, como también del trabajo de muchas personas. Sin todos estos elementos el alimento que consumimos simplemente no existiría, y sin alimentos nosotros tampoco existiríamos.

Si observamos el origen de nuestra existencia, podemos reconocer que estamos vivos gracias a un sinnúmero de coincidencias que lo hicieron posible, por ejemplo, la vida dada por nuestros tatarabuelos a nuestros bisabuelos, la vida daba por nuestros bisabuelos a nuestros abuelos, la vida dada por nuestros abuelos a nuestros padres, y la dada por nuestros padres a nosotros. 16 tatarabuelos, quienes dieron a luz a nuestros 8 bisabuelos, quienes a su vez dieron a luz a nuestros 4 abuelos, que a su vez dieron a luz a nuestros 2 padres, que nos dieron a luz a nosotros. Si uno de ellos no hubiera estado, nosotros tampoco viviríamos.

También estamos vivos gracias al aire que respiramos, a que nuestros órganos como el corazón, los pulmones, los riñones siguen funcionando, vivimos gracias a las relaciones y los afectos de otros, pensémoslo con calma. Si no hubiésemos recibido las atenciones de nuestros padres o cuidadores durante nuestros primeros días de vida, no estaríamos leyendo esta columna. De un modo muy concreto, los seres humanos somos unos de los mamíferos que en la naturaleza necesita de más cuidados al nacer, en nuestros primeros momentos de vida requerimos de un cuidado muy cercano para poder sobrevivir.

Concebirnos como un yo relacional nos abre a desarrollar una nueva perspectiva de todo lo que nos rodea, gracias a esta perspectiva podemos comprender de mejor manera a los demás, podemos empatizar con ellos, ya que vivimos a grandes rasgos las mismas circunstancias, los demás al igual que nosotros están expuestos a la decepción y al dolor, y también anhelan tener una buena vida.

Ser más conscientes de la naturaleza interdependiente de los fenómenos, nos ayuda a comprender de mejor manera lo que ocurre alrededor nuestro, podemos reconocer las múltiples causas, las condiciones involucradas y desde ahí los efectos, y no ver los efectos como producidos por una única causa.

Comprender la interdependencia nos ayuda a entender mejor la complejidad de los fenómenos naturales y sociales, y al comprender de mejor podremos desarrollar una mayor empatía y compasión, un entendimiento no sólo cognitivo, sino también afectivo. Al reconocer la interdependencia podemos admirar como la trama de la vida se manifiesta.

Una educación que considere la interdependencia será una educación profunda y respetuosa, será una educación que promueva la paz, la presencia plena y la compasión, será una educación que agradecerá el aporte que hicieron nuestros ancestros, apreciará el milagro del momento presente, y hará los esfuerzos necesarios para cuidar a quienes vienen después de nosotros, para dejarles un mundo que valga la pena ser vivido.

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