El presente libro es una reflexión dividida en 10 capítulos, que profundiza sobre cómo la práctica de mindfulness puede contribuir al bienestar colectivo e individual. Toca temáticas como el consumo consciente, la comunicación, el silencio, la empatía y en encuentro genuino con el otro.
“Escuchar al otro es detenernos y estar dispuestos a que el otro nos toque, nos conmueva. Después de una escucha y un habla atenta no se puede salir igual de cómo se ingresó al espacio de conviviencia. El sólo escuchar en profundidad puede contribuir a aliviar el sufrimiento, porque reconoce y visibiliza lo vivo en el espacio de la convivencia”
Aquí dejamos un fragmento del libro, la introducción y el capítulo 1.
INTRODUCCIÓN
Sin dudas, para comprender un libro hay que comprender quién lo escribe y qué lo motiva a hacerlo. Ya que quien habla nunca es un observador neutro, escribe desde su particular punto de vista, con su historia e intereses particulares. Ante esto, permítanme comenzar explicitando dos de mis puntos de partida; soy psicoterapeuta y soy meditante, y en este libro busco que ambas miradas dialoguen, en post de alcanzar una forma de vivir con mayor bienestar.
Por supuesto, se necesitan éstas y muchas otras voces que contribuyan a tener una mayor calidad de vida, aquí pongo sobre la mesa estos dos discursos y experiencias, e indago en el potencial que pueden brindarnos en conjunto.
Para mí, no sería conveniente buscar publicar sino pensara y sintiera que tengo algo que compartir, de alguna forma, este libro es, al mismo tiempo, una búsqueda y una respuesta tentativa a preguntas como: ¿Cómo seguir sonriendo con dignidad y alegría?; y ¿Cómo continuar disfrutando nuestra experiencia en los tiempos que corren?
Como señalara Ortega y Gasset en su alocución más conocida, «Soy yo y mi circunstancia, y si la salvo a ella me salvo a mí mismo», el gran desafío parece ser, entonces, hacernos cargo de las circunstancias que nos han tocado vivir, abordando preguntas tales como: ¿Cómo actuar ante el aparente sinsentido, ante el campante consumismo y el híper–desarrollo técnico e informático? Y más inquietante aún: ¿Qué actitud tomar ante la pluralidad de discursos y voces de nuestros tiempos?, ¿Cómo enfrentar nuestra percepción del tiempo, que parece acelerarse y acelerarse?, y en ese intertanto, ¿Qué hacemos con nuestras vidas, que parecen escurrirse entre los dedos? Nos parezca o no, estas son algunas de las interrogantes que toman fuerza en los tiempos que estamos viviendo. El presente texto presenta estas interrogantes y muestra un sendero que podría darnos algunas luces de cómo ir abordando algunas de estas preguntas.
De la mano de la fenomenología, la atención plena (mindfulness) y la mirada sistémica se presenta una alternativa, hay en estas líneas una invitación a construir una respuesta diferente a la ya dada, que implique retornar a nuestros sentidos, volver a observar con mayor atención lo que hacemos en nuestra vida cotidiana y hay una invitación también a re–pensar nuestra relación con las necesidades básicas.
En síntesis, en estas líneas hay una invitación a volver a observar con mirada de principiante, ya que no será la lógica tradicional de «mientras más mejor» la que nos va a salvar, sino al contrario, parece estar hundiéndonos más. En este libro se presenta un ruta alternativa, la de detenerse y observar con mayor atención nuestro modo de vivir.
La invitación que les hago es a re–descubrir lo que ya tenemos y a mirar con nuevos ojos nuestra experiencia, con mirada de principiante. A mi modo de ver, el título de este libro resume e ilustra este espíritu, El mayor avance es detenerse.
Bienvenidos todos quienes estén animados a explorar estos senderos y quienes quieran embarcarse en esta inusual travesía.
En términos prácticos, el libro consta de diez ensayos que se organizan en dos partes. En la primera están los ensayos de corte más filosófico y teórico, que buscan fundamentar la perspectiva del bienestar desde el detenerse y la atención.
En la segunda parte, están agrupados los escritos que tienen un carácter más aplicado, en ellos se ofrecen prácticas y atisbos de respuesta a algunas de las preguntas formuladas en la primera parte, se muestra cómo podrían llevar a la práctica esta mirada, se propone además algunas herramientas específicas para que nos ayuden a vivir con mayor bienestar.
Para facilitar la lectura, se incluyen referencias cruzadas, lo que permite que algunos de los puntos tocados en un ensayo sean profundizados en otro, se indicará en el pie de página cuando se dé este caso.
Finalmente, espero que los lectores simplemente disfruten del libro, que al explorar estas líneas con una actitud de apertura y sorpresa se puedan generar nuevas distinciones que nos permitan construir puentes, y nos inste a sostener diálogo generativo que contribuya a vivir con mayor plenitud nuestras vidas y a actuar de un modo más compasivo y consciente.
Claudio Araya Véliz Santiago, Diciembre del 2009
1. APROXIMACIONES A UNA ESCUCHA PROFUNDA
Si escuchamos a través del silencio de nuestra mente, cada canto de pájaro y cada silbido del viento entre los pinos nos hablarán.
Thich Nhat Hanh
Hay un momento en la vida en que aprendiste a hablar,
¿Recuerdas del día en que aprendiste a escuchar?
¿Podrían detenerse unos segundos en esta pregunta?
La escucha profunda puede parecernos un fenómeno misterioso, nos es más fácil referirnos al hablar, recurriendo así a la «seguridad» que nos brindan las palabras.
La escucha atenta tanto como el silencio son fenómenos cotidianos, que están siempre presentes, aunque no siempre lo notemos. El escuchar nos es tan cotidiano como la respiración y, sin embargo, percibirlo, comprenderlo y luego tematizarlo nos cuesta una enormidad.
En este escrito buscaremos aproximarnos a lo que se denominará escucha atenta o profunda. Por supuesto, no tiene que ver únicamente con el fenómeno físico o fisiológico de oír, sino más bien guarda relación con una disposición existencial, ligada al estar presente en aperturidad.
Emprendemos la paradójica tarea de hablar acerca del escuchar, se describirá con palabras un fenómeno naturalmente silencioso, se tendrá por ende que asumir la contradicción natural que trae aparejado esta metodología. ¿Qué es escuchar?, ¿Qué importancia tiene la escucha profunda? Escuchar es más que un fenómeno físico o biológico. La primera definición de la Real Academia Española (2009) da cuenta de esto, cuando define escuchar como: «Prestar atención a lo que se oye». Esta definición es amplia y sencilla, y tiene dos componentes, una es el prestar atención, y otra es el referente, aquello que es oído. Comenzaremos centrándonos en el primer elemento, el prestar atención.
¿Qué es prestar atención?
Comenzando por una definición lo más amplia posible, la Real Academia Española (2009) señala que la atención es el acto de aplicar una voluntad de entendimiento; el atender refleja un acto voluntario que implica una concentración y una alerta a lo que está ocurriendo. Uno no le presta atención a algo que ya se vivió, o a aquello que viviré más adelante, sino que la concentración y alerta se dan en el momento presente, incluso si se le presta atención a algo que ya ocurrió, como por ejemplo observar una antigua fotografía, el prestar atención se da en el presente, al mirar la fotografía se le da vida al instante en que se observa, los recuerdos y emociones que evoca la fotografía son vivas emociones en el momento en que se observa la fotografía, aunque éstas nos evoquen un tiempo pasado, siempre se observa en el aquí y ahora.
Una cultura que ha cultivado desde hace siglos la atención es la cultura Budista, la palabra sánscrita para atención es Smrti, que significa Atención Plena (Mindfulness)1. Como señala Hanh (2000) prestar atención consiste en regresar al momento presente. Prestarle atención, escuchar, implica estar completamente presente para el otro.
Estar escuchando en profundidad por ende, desde esta acepción implica estar presentes, que el cuerpo y la mente sean uno para aquello que aparece.
Escuchar desde la mirada que presentamos, define también a quién escucha, escuchar con profundidad no es sólo una acción, sino que además es una manera de estar y ser–en–el–mundo. Quien escucha con atención, en ese acto de atender se vuelve disponible, vivo en el momento presente.
Prestar atención no es algo diferente a dejar el solipsismo y abrirse a los mensajes y señales que nos damos nosotros mismos, los otros y el medio. Escuchar, implica ante todo estar en una disposición de aperturidad a la experiencia.
¿Y qué es lo que se oye?
Escuchar implica estar atento a lo que ocurre y entrar en el terreno de lo incierto, de lo que desconozco a priori, de lo que está ocurriendo, entonces lo que aparece se vuelve vivo. Aquí entramos a la segunda parte de la definición enunciada al principio, nos preguntamos entonces: ¿qué se oye cuando se oye en profundidad? Se escucha la novedad y la riqueza de la experiencia, se escucha lo vivo que se expresa en el presente. En nuestras cabezas habitan los hábitos, pautas y repeticiones, lo que se manifiesta en el presente es único en el momento en que se expresa, podremos haber escuchado cientos de veces la novena sinfonía de Beethoven, pero en el momento en que la vuelvo a escuchar la melodía se hace nueva y diferente una vez más, como la primera vez que fue interpretada, soy yo quien me adelanto y comienzo a predecir las melodías que vienen, pero mientras es interpretada, cada nota fenomenológicamente es pura novedad.
El acto de escuchar con atención nos lleva a oír no nuestras ideas o pre–juicios, sino que la voz de lo que aparece vivo en el momento presente. Tagore (1975) lo expresa poéticamente cuando afirma: «No temáis nunca al instante, dice la voz de lo eterno».
Las certezas y creencias históricas no son más valiosas que las nuevas experiencias, escuchar por ende nos obliga a cuestionar las creencias previas, quien cree ya saber no necesita escuchar, sólo aquel que se abre a la incertidumbre y al misterio de lo que está ocurriendo tiene la posibilidad de establecer un genuino escuchar. Escuchar implica despojarse de las férreas certezas y abrirse a la incertidumbre del no saber.
Tratando de describir los elementos que componen una escucha atenta, existen al menos dos que se podrían enunciar: 1.Silencio y 2. Actitud de apertura, revisémoslos.
1. Silencio:La escucha atenta implica necesariamente un espacio de silencio, cuando hay puras palabras difícilmente alguien escucha, el silencio es una condición necesaria, más no suficiente para establecer una escucha profunda.
Una escucha profunda implica mantener el silencio en nuestra propia mente. Una analogía de este punto puede ser la de un hombre que va navegando por el océano y quiere dedicar algunos minutos a contemplar el cielo y las nubes. ¿Podría hacerlo si la marea está tempestuosa y el barco está a punto de hundirse?, sólo si la marea ésta calmada, la persona podrá dedicar tiempo a mirar el cielo. Si hay un temporal, en cambio, las prioridades serán otras, mantener el barco a flote, preocuparse de los aspectos técnicos y operativos, si el barco está en riesgo de hundirse difícilmente el capitán podría sentarse a contemplar las nubes y el cielo. Si queremos escuchar en profundidad, una condición sine qua non es que las aguas de nuestra mente permanezcan serenas. Si nuestra mente está tempestuosa, difícilmente escucharemos con atención a alguien.
Por supuesto, el mar de muestra mente raramente permanece completamente calmo, pero sí podemos emprender algunas acciones para aquietar sus aguas.
Cuando estamos en quietud o silencio podemos escuchar de manera más adecuada las palabras del otro. La escucha profunda implica ser lo más fieles a lo que a la otra persona le ocurre, no traducir salvajemente su experiencia, ni adaptarlo a nuestros códigos, sino más bien desarrollar una comprensión profunda, un espacio de incertidumbre que aparece sólo gracias a nuestro propio silencio. Cuando existe turbulencia en nuestra mente, existen pocas posibilidades de establecer una comunicación genuina.
Tengo un buen amigo quien gusta mucho de hablar, y en su entusiasmo en algunos momentos le cuesta escuchar lo que los demás dicen. Cuando mi amigo comienza a relatar sus historias nos es difícil detenerlo, en la medida que abre el canal del habla, simultáneamente cierra el canal de la escucha.
Cuando conocimos su historia, entendimos un poco más esta manera de actuar, descubrimos que venía de una familia numerosa, cinco hermanos tenían que luchar por capturar la atención de sus padres, como todos trataban de hablar, terminaba ocurriendo que nadie escuchaba a nadie. Para resaltar los méritos de mi amigo, él se ha esforzado muchísimo en practicar la escuchar atenta, y hoy es muy consciente de esta tendencia, con el tiempo él ha desarrollado una enorme habilidad de escuchar.
Aún cuando muchas veces mi amigo siente el impulso de hablar sin escuchar a los demás, su práctica se ha ido profundizando, cada día él es más hábil. Al mejorar su habilidad de escucha, a mejorando también el interés hacia él. Si con hablar demasiado buscaba llamar la atención, paradójicamente al escuchar atentamente, los demás lo escuchan y consideran más. Mi amigo antes no la pasaba bien, cuando hablaba sin tomar consciencia que interrumpía a los otros, ni los otros disfrutaban de su presencia, ya que sentían que el diálogo se convertía en un largo monólogo. La práctica de la escucha atenta favorece, tanto a quien escucha como a quien es escuchado.
2. Actitud de apertura:Por supuesto, no basta con que nuestra mente esté calmada para que se genere una escucha profunda, podríamos estar muy quietos y al mismo tiempo ensimismados en nosotros mismos. La quietud mental requiere estar acompañada de una actitud de apertura, en la metáfora antes utilizada, no basta con que las aguas del mar estén calmas, para disfrutar del cielo y de las nubes, se necesita la intención de alguien de mirar, las aguas podrían estar calmas, pero si no me interesa contemplar, de nada sirve, tengo que desarrollar también la habilidad de estar atento.
Para desarrollar la habilidad de escuchar con atención, el primer ámbito de práctica somos nosotros mismos, reconocer lo que nos pasa, aprender a escucharnos, para luego escuchar a los demás.
Escucharnos a nosotros mismos como primer paso
Pasamos considerable tiempo viendo televisión, en internet, hablando por teléfono o leyendo alguna revista, entre–teniéndonos, incorporando información desde el medio exterior, pero rara vez dedicamos tiempo a escucharnos a nosotros mismos.
El ritmo en que vivimos no promueve el escucharnos, identificar las señales que el cuerpo nos da, vivimos bajo el imperativo «categórico» de actuar y funcionar a como dé lugar, y lamentablemente pasa a un segundo plano aquello que nos está ocurriendo.
Aun cuando no nos demos cuenta, jamás podemos alejarnos de nosotros mismos, nuestro cuerpo, nuestra disposición afectiva nos acompaña a cada instante, nos demos cuenta o no de ello, es como la respiración, desde nuestro nacimiento respiramos, sin cesar, segundo tras segundo, hasta el momento de dar nuestro último aliento de vida, sin embargo, pocas veces somos conscientes de que estamos respirando y menos de cómo lo estamos haciendo. Del mismo modo, nuestra mente y nuestro cuerpo nos envían señales a cada momento, pero no siempre lo escuchamos. En el ritmo de vida agitado de las grandes urbes, el cuerpo nos puede estar enviando continuos mensajes de que necesita descansar, la tensión en la espalda, las dificultades para dormir, la irritabilidad, sin embargo, muchas veces preferimos continuar sin escucharnos a nosotros mismos. Muchas veces somos nosotros mismos nuestros más severos jueces, nosotros mismos no nos permitirnos detenernos.
Escucharnos implica descansar cuando estamos cansados, relajarnos, saber qué nos ocurre y hacer algo al respecto, saber qué nos motiva.
Desde la mirada contemplativa, escucharnos no es reflexionar sobre cómo estamos, sino algo más básico y previo, estar presentes para nosotros mismos, si nos duele la cabeza no negar que nos duele, si me siento cansado dedicar un par de minutos a sentir el cansancio, no basta con exclamar: ¡estoy tan cansado, ojalá se me quite!, y transformarlo en una queja, cuando al segundo siguiente vuelvo a desconectarme y a estar absorto en la tarea. Tenemos que darnos un tiempo para estar presentes con la insatisfacción y las raíces que la ocasionan.
En lo personal, recuerdo que estuve dos años trabajando sin escucharme a mí mismo, tenía un trabajo como psicólogo y director en un centro comunitario a casi dos horas de distancia de mi casa, lo que significaba que pasaba cerca de cuatro horas del día viajando sólo para poder llegar. Me despertaba muy temprano y volvía muy tarde a casa, desde las siete de la mañana hasta las siete de la tarde (y a veces me quedaba horas extras), estaba tan ajetreado que en ocaciones me olvidaba de mi cuerpo, funcionaba en piloto automático. Cuando comenzaba a oscurecer y tomaba la micro, me daba cuenta con más claridad de mi cuerpo, me daba cuenta de mi espalda tensa y del cansancio acumulado, y también me daba cuenta que a lo largo de todo el día no me había detenido. Cuando lograba ser consciente de mi estado me decía: —Mañana sí que estaré más atento, haré mis tareas de modo más consciente. Pero las tareas del trabajo, especialmente las administrativas, me absorbían rápidamente y volvía a funcionar en piloto automático, y hasta almorzaba apurado, sin darme demasiada cuenta de lo que había comido. Tras dos años y mucho cansancio acumulado dejé de trabajar ahí, era algo que necesitaba imperiosamente hacer. Sin dudas me faltaba desarrollar más la práctica de atención y escucha.
Escucharnos a nosotros mismos implica cultivar los espacios de silencio interior, que permitan que aflore nuestra genuina voz, que permita que aparezca lo que nos es borroso cuando estamos actuando con piloto automático, el silencio y el descanso permite que aflore la voz de nuestras genuinas necesidades. Soy muy consciente de que no es una tarea fácil, al principio este silencio nos puede resultar incómodo, y si estamos funcionando con piloto automático hace mucho tiempo, puede que incluso nos resulte difícil saber qué es lo que queremos, en un primer momento es una tarea difícil escuchar nuestra propia voz, sin embargo, y a mi parecer, la práctica de estar en este silencio presente es la forma más directa y simple de volver a escucharnos a nosotros mismos. No me cansaré de decir que no es algo dado ni un rasgo de personalidad, sino que es una habilidad que todos poseemos y que con práctica se puede ir mejorando.
Escuchar al otro
Cuando se ve al otro/a como un legítimo otro, entre él/ella y yo emerge un espacio dentro del cual podemos convivir
María Teresa Miró
Escuchar al otro implica percibir al otro como un legítimo otro, no como yo quiero que sea y no teñido por mi imaginación y deseos, sino más bien percibirlo en cuanto el otro es alguien diferente a mí, desde el reconocimiento de esta diferencia puede que se genere lo que Yontef (2002) denomina relación dialogal, es decir, una relación donde las personas se conectan entre sí, manteniendo sus identidades, pero entrando en contacto. Miró (2008) desarrolla la idea de un espacio de convivencia, es decir, una zona en que compartimos (con), nuestras vidas (vivencias), donde no hace falta salirse de uno mismo para ponerse en el lugar del otro, sino en aceptar que el otro es como es, y no como yo quisiera que sea. Esto es tanto más fácil de decir y en la práctica es dramáticamente difícil de practicar.
Escuchar al otro como un legítimo otro implica entonces escuchar con una aceptación radical, no a los hechos, sino al ser del otro. El otro es diferente a mí, y eso es muy bueno, acepto este hecho, en ese hecho radica también su ser propio y único. Desde este reconocimiento, puedo generar un espacio, donde comparto mi vivencia y tú compartes la tuya, un espacio de con–vivencia. La escucha atenta aquí contribuye a percibir esa vivencia del otro.
Demasiado frecuentemente, cuando entablamos una conversación podemos caer en el juego del convencer al otro o de rebatirle, en esos juegos no estamos realmente escuchando lo que el otro manifiesta, ya que estamos anteponiendo nuestras pre–concepciones y no permitimos que aparezca la novedad de la diferencia del encuentro con un legítimo otro.
Hanh (2000) cuando se refiere a los milagros de la atención correcta, señala que uno de estos milagros es poder darle vida al otro u otra, por ejemplo Hanh propone las siguientes preguntas que uno podría hacérselas a un ser querido, para invitarle a una escucha profunda, estas preguntas son:
«¿Quién eres tú?».
«¿Quién eres tú, que has tomado mi sufrimiento como si fuera el tuyo, mi felicidad como si fuera la tuya, y mi vida y mi muerte como tu vida y tu muerte?».
Hanh (2000) invita a hacer estas preguntas con todo tu ser, y estar dispuesto a escuchar lo que aparezca, no conformándose con las respuesta rápidas y políticamente correctas, sino más bien esperar que emerjan palabras que hagan aparecer la presencia y la diferencia del otro; con la escucha atenta nos abrimos a esa diferencia en el momento presente, como dice Hanh (2000):
«Cuando practicas la atención correcta, haces que la otra persona y tú estéis presentes al mismo tiempo» (p.91).
Escuchar al otro es detenernos y estar dispuesto a que el otro nos toque, nos conmueva. Después de una escucha y un habla atenta, no se puede salir igual que como se ingresó al espacio de convivencia.
El sólo escuchar en profundidad puede contribuir a aliviar el sufrimiento, porque reconoce y visibiliza lo vivo en el espacio de convivencia.
El sentido terapéutico de escuchar
La práctica de escuchar a fondo y hablar con amor, es el camino para transformar la violencia y los conflictos
Thich Nhat Hanh
En la escuela de psicología no me enseñaron explícitamente a escuchar al otro, tampoco lo practiqué, me enseñaron a hacer determinadas preguntas y ha encaminar la conversación en una determinada dirección que favoreciera al consultante, esto está bien, sin dudas es muy provechoso, pero a mi parecer no es suficiente. Si la falta de escucha y comprensión está a la base del sufrimiento, me parece natural que una escucha profunda pueda generar el efecto opuesto. La escucha es una habilidad básica que permite acompañar y comprender el sufrimiento de los demás, practicar una escucha atenta posee un enorme sentido terapéutico, Hanh (2003) señala: «Si el terapeuta puede escuchar de verdad, todos sufrirán menos tras una hora de charla» (p.160).
Una escucha profunda tiene un profundo sentido terapéutico, en ocasiones lo que la otra persona requiere no son respuestas ingeniosas, ni menos consejos que provengan desde el exterior, sino sólo una escucha profunda. Desde la práctica profesional que esto se intuye, pero está poco validado y se enseña poco la habilidad para hacerlo, por lo menos a mí no me las enseñaron; y es que escuchar no es sólo guardar silencio, sino que orientar la escucha a una compresión profunda del otro.
Cuando las personas o familias están muy resentidas o adoloridas, requieren contratar un terapeuta profesional que les ayude a escuchar, pero para que el terapeuta pueda ayudar genuinamente tiene que estar muy atento, tiene que haber practicado la habilidad de escuchar a fondo.
Aprender a escuchar al otro es una habilidad terapéutica fundamental, que a mi parecer, en los planes de formación de terapeutas debiera enseñarse explícitamente, quizás se espera que se adquiera de forma transversal, sin embargo, confiar en esto a mi parecer implica perder un valioso recurso terapéutico, y si no se adquiere puede significar un alto riesgo, tanto para el consultante (persona y/o familia) como para el terapeuta mismo.
Sin dudas es importante practicar explícitamente la habilidad de la escucha atenta, en este punto las prácticas derivadas del mindfulness, focusing u otras herramientas son particularmente valiosas.
La escucha en el ámbito terapéutico no tiene nada que ver con guardar silencio y entregarle al otro todo el espacio para que hable.
Podría ocurrir que en ese mutismo no haya con–vivencia, el terapeuta puede no decir una sola palabra y aún así no haber escuchado nada, ya que puede tener un diálogo interno que lo hace estar en un tiempo distinto del momento presente, el psicólogo podría estar preocupado de lo que ya ocurrió y de lo que tiene que hacer. Esto se ve patéticamente ilustrado en el comienzo del film Hombre mirando al sudeste (1986) de Eliseo Subiela. En la primera escena aparece un psiquiatra entrevistando a un paciente residente y aparece el monólogo de pensamientos que el médico tiene en su cabeza, mientras el paciente le habla. Aquí hay silencio, pero no hay escucha, entre ambas personas hay una abismal distancia. El psiquiatra se dice a sí mismo:
—(El doctor en su monólogo interno) ¿Quién le dijo a este infeliz que yo puedo ayudarlo? Nunca se va a sacar de encima esas imágenes. Lo voy a dopar, en poco tiempo desaparecerá entre los otros, será uno más y nunca volverá a ser él. ¿Cuál sería su reacción si yo moviera mi mano y la pusiera sobre la de él? Sería un gesto de afecto, de ternura. ¡Dios mío, qué falta debe hacerle! Sin embargo, él no debe esperar que yo haga eso. Yo tampoco lo espero…
Esta escena es un excelente ejemplo de lo que significa estar «en silencio» y no escuchar con atención, podríamos llamarlo el no escuchar en silencio.
Sin dudas, en este caso sería más genuino y terapéutico que el psiquiatra siguiera su impulso y tocara la mano de su entrevistado, en vez de estar haciendo juicios en su cabeza; pero la valentía es un requisito para la escucha atenta.
Naturalmente la escucha profunda genera una mayor comprensión, no sólo de lo dicho, sino del sentido de lo dicho, cuando entiendo con mayor profundidad naturalmente brota una mayor compasión, y esta mayor compasión generan en que quienes se comunican sientan un mayor bienestar, lo cual permite a su vez que se re–genere una escucha más profunda. Se establece así un círculo virtuoso de la escucha profunda, que se puede ilustrar en el siguiente esquema:
Por supuesto, escuchar con atención no es sinónimo de escuchar únicamente las quejas, es poder comprender qué hay detrás de ellas, es comprender la intención positiva que moviliza la acción, ¿Qué es lo que quiere genuinamente?, ¿Cuál es el anhelo escondido detrás de la queja? Cuando puedo ser consciente del sufrimiento y de la búsqueda que está detrás, es muy difícil quedar indiferente. Es una buena práctica cuando nos escuchemos a nosotros mismos preguntarnos: ¿Qué es lo que genuinamente busco?, y al escuchar al otro preguntarnos: ¿Qué es lo que realmente quiere?
También escuchar atentamente implica visibilizar aquellos recursos que ya posee la otra persona y que le puedan proporcionar bienestar. Escuchar en profundidad es escuchar apreciativamente, rescatando y des–cubriendo aquello que ya anda bien.
En síntesis, escuchar es silenciarse y en un sentido profundo es atreverse a ser y estar en el momento presente, con radical aceptación. La escucha profunda es la escucha que brota del silencio para escuchar la voz de lo presente, y el contacto que se establece desde ahí es o puede ser naturalmente terapéutico.
REFERENCIAS:
Hanh, T.N (1993) El sol mi corazón. Buenos Aires: Era Naciente.
Hanh, T.N (2000) El corazón de las enseñanzas del buda, Barcelona: Oniro.
Hanh, T.N (2005) Construir la paz, Barcelona: Del nuevo extremo.
Miró, M.T (2008) El amor, conferencia Caixaforum, dictada el 12 de noviembre del 2008, Madrid: España.
Real Academia Española (2009) (Documento web) URL http://www.rae.es, vigésima segunda edición.
Subiela, E. (1986) Hombre mirando al sudeste, fragmentos de guión Buenos Aires: Argentina.
Tagore, R. (1975) Pájaros perdidos, 2ª edición, Barcelona: Losada.
Varela F, Thompson E, Rosch. E (1992) De cuerpo presente. Barcelona: Ed. Gedisa.
Yontef, G. (2002) Proceso y diálogo en gestalt, ensayos de terapia gestáltica. Santiago: CuatroVientos.
One Comment
Claudia milena salazar
Me gusta mucho la forma en que escribes Claudio, soy una fiel admiradora, todas tus palabras llegan a mi corazón. Me gustaría saber cómo puedo comprar los libros? Vivo en Colombia. Gracias