La principal tesis de esta reflexión es que la fuerza y el coraje son maneras opuestas de relacionarse con la vulnerabilidad y el sufrimiento.
¿Son la fuerza y el coraje lo mismo? ¿Podría ser valioso hacer la distinción entre ambos conceptos, para comprender de mejor manera nuestra experiencia? Y si no son sinónimos ¿En qué se diferencian? y ¿Cómo podría ayudarnos cultivar más uno que el otro?
La presente reflexión propone que aunque parezcan similares, la fuerza y el coraje se diferencian radicalmente, y aunque tengan en común buscar responder a una necesidad, y aunque tanto la fuerza como el coraje nos llevan a actuar y resolver una dificultad, la motivación y el modo en como actúan ambas motivaciones son diferentes. Quien actúa al usar la fuerza genera una experiencia muy diferente a quien decide actuar y vivir desde el coraje.
La principal tesis de esta reflexión es que la fuerza y el coraje son maneras opuestas de relacionarse con la vulnerabilidad y el sufrimiento. La primera- la fuerza- busca acallar rápidamente el sufrimiento, dando una respuesta “definitiva”, mientras que el coraje se conecta con la propia vulnerabilidad, para luego abrazarla y buscar integrarla. Aunque desde fuera puedan parecer parecidas, fuerza y coraje son experiencias diametralmente distintas.
No necesariamente quien usa la fuerza tiene coraje, y quien cultiva el coraje habitualmente no necesita usar la fuerza.
Podríamos pensar que la fuerza intuye la vulnerabilidad y el sufrimiento, y al percibirla busca rápidamente imponer una respuesta, buscando que se resuelva pronto el quiebre, cuando se aplica la fuerza se busca acabar con la discusión, ya no hay espacio para el diálogo. La fuerza se ejerce muchas veces desde la reacción, y aunque aplicar la fuerza pueda tener la intención de resolver un problema, a mediano o largo plazo, termina amplificando la dificultad, y la misma aplicación de la fuerza se transforma en un problema.
Por supuesto, hay maneras más o menos sutiles de aplicar la fuerza, que pueden ir desde hacer un gesto hasta aplicar una fuerza física desmedida, y aunque no sean lo mismo, comparten la misma dinámica de imposición y silenciamiento de las voces disidentes, el principio que la guía es la de buscar imponer un punto de vista y reducir rápidamente el malestar a toda costa, y precisamente usar la fuerza puede costar caro.
Ejemplos del uso de la fuerza hay muchos, por ejemplo cuando se aplica la fuerza física, o la fuerza del dinero o se actúa apelando a una posición de poder o a un rol, en todos estos casos aplica el mismo principio ya enunciado.
Desde el ejercicio de esta fuerza se establece un distanciamiento con la propia vulnerabilidad y la vulnerabilidad de los demás, aparece el rol y podemos transgredir el ser del otro y nuestro propio ser. Cuando actuamos desde la fuerza corremos el riesgo de dejar de ver lo humano en otros y en nosotros mismos, poco a poco, al usar y legitimar la fuerza nos deshumanizamos.
Un ejemplo sencillo del uso de la fuerza es cuando un padre o una madre golpean a su hijo, lo cual es una manera cruel de imponer la autoridad para buscar acallar una dificultad, el golpe de muchas maneras es una acción que raramente resuelve algo.
Lamentablemente hace poco fui testigo del uso de la fuerza física, cuando vi a una madre golpear a su hija, que tenia unos 3 años de edad.
Iba en un vuelo de unas 3 horas de duración y madre e hija estaban sentadas justo al lado mío, estábamos los 3 en la misma fila. Con el correr de los minutos la madre y la hija empezaron a inquietarse, la niña se movía de un lugar a otro y desde antes del despegue la madre estaba molesta. La actitud de la madre hizo que el problema creciera, en vez de acoger y jugar con su hija, la retaba y buscaba “apagar el fuego con bencina”, y sin mucho disimulo la golpeó en la mano un par de veces, ante lo cual la niña se silenciaba, pero solo por unos segundos, para luego llorar e inquietarse más que antes. Ya al ver el tercer golpe no pude evitarlo y le hablé a la madre pidiéndole que por favor dejara de golpear a su hija. Ella se sorprendió y no supo que decirme y yo tampoco continúe diciéndole más, el resto del vuelo fue silencioso y tenso, y la madre no volvió a golpear a la niña.
Por supuesto, no quisiera juzgar a la madre y tampoco creo ser ejemplo de nada, dudo incluso si mi respuesta fue favorable o no, o si fue más bien una reacción ante la incómoda situación, incluso tengo dudas si debería haber hecho algo más o si podría haber respondido de un modo distinto, probablemente si.
Soy padre de un hijo de 2 años y entiendo que las pataletas de un niño pequeño pueden ser un problema difícil de manejar, especialmente si estás en un lugar estrecho de espacio, y puedo empatizar perfectamente con el sufrimiento de la madre ante la inquietud de su hija. Pero me es imposible no ver el sufrimiento de un niño, siendo que además no tiene la posibilidad de defenderse o buscar cambiar las cosas, está en una asimetría de poder que lo perjudica.
Creo que el uso de la fuerza física no resuelve nada, sino más bien lo agrava, y entiendo también que la fuerza desmedida de golpear nace de no saber qué más hacer, nace de no haber vivido y aprendido formas amorosas y compasivas de responder, nace como una reacción, a veces desesperada, que a la larga aumenta el sufrimiento.
Considerando el mismo ejemplo, el coraje puede responder de un modo diferente, el coraje implica conectarse y no negar la frustración de nuestro hijo ni la propia, tolerar el malestar y buscar responder no dañando ni al otro ni a uno mismo, el coraje implica entrar en contacto con el sufrimiento, pero no responder inundados por él.
No cerrar las puertas al dolor y acogerlo requiere coraje, y luego de esta apertura entender que puede existir una necesidad no satisfecha, y no responder desde el castigo autoritario, sino desde el acoger y buscar una respuesta saludable y comprensiva.
En este punto se me hace presente un sencillo ejemplo de coraje, cuando tenía unos 8 años de edad tuve un problema en la escuela y me sentí frustrado y al llegar a casa me encerré en mi habitación, y no quería hablar con nadie, al principio mi madre buscó comprender qué me pasaba, pero yo fui desagradable con ella, entramos a discutir por unos minutos, lo que hizo que yo me sintiera aún más frustrado y ella también, de pronto mi madre se quedó en silencio y se me acercó y simplemente me abrazó, no dijo nada más, pero en vez de continuar con la discusión o castigarme entendió que estaba viviendo un mal momento y simplemente me abrazó y me hizo sentir estaba conmigo, lo cual inmediatamente alivió mi sufrimiento.
Hoy pienso que responder así requirió de mucho coraje, renunciar a buscar tener la razón en la discusión, en vez de eso conectar desde su sensibilidad y amor, dejando de lado cualquier atisbo de egoísmo.
Por supuesto, el coraje no significa que no pongamos límites cuando es necesario, ni tampoco significa que dejemos de actuar con firmeza cuando la situación lo amerita, a veces una acción firme es mucho más compasiva que una duda que genera más y más sufrimiento, lo primordial guarda relación con la intensión y la búsqueda de reducir el sufrimiento y desarrollar un cuidado.
Resulta interesante reconocer la etimología de la palabra coraje, la cual deriva del término latino cor, que significa Corazón, adaptándose al español del término francés Corage. El coraje medieval representaba el centro de la vida interior de una persona, donde habitan las emociones, pensamientos y la voluntad, así el coraje está asociado a mantenernos cerca del corazón.
Por su parte, la palabra fuerza proviene del latín fortia, plural del adjetivofortis, cuyo significado es fuerte, lo cual puede ser una cualidad de alguien o de algo, por ejemplo, una construcción fortificada, con grandes muros es llamada un fuerte. Como vemos, coraje y fuerza parecen aludir a dos respuestas diferentes ante la dificultad, con el coraje nos conectamos desde el corazón, mientras que desde la fuerza construimos muros.
Aunque sintamos temor y veamos que el camino es incierto y más expuesto, el coraje es un sendero que podemos comenzar a transitar juntos, y aunque nos equivoquemos y aunque no resulte fácil, vale la pena recorrerlo.
Mi madre es una mujer que no tuvo mayores estudios académicos y dedico su vida a cuidar a sus dos hijos (mi hermano mayor y yo) y veo su coraje en las pequeñas y grandes acciones que realizó a lo largo de su vida.
Seguro que todos hemos tenido en nuestras vidas a personas que nos han mostrado de manera práctica el coraje en acción.
Veo que a diferencia de la fuerza, el coraje es una continua invitación a no perder contacto con nuestra vulnerabilidad, el coraje no es sinónimo de debilidad, sino más bien es una fortaleza que brota de reconocernos como los seres sintientes, desde el coraje actuamos guiados a cuidar y a actuar compasivamente. El coraje implica no perder contacto con lo que sentimos, con lo que nos dice el corazón y sobre todo, el coraje nos lleva a no actuar desde el ego y a conectar cuidándonos, nos invita relacionarnos como seres humanos y como seres sintientes.
Por supuesto, el coraje no significa que no pongamos límites cuando es necesario, ni tampoco significa que dejemos de actuar con firmeza cuando la situación lo amerita, a veces una acción firme es mucho más compasiva que una duda que genera más y más sufrimiento, lo primordial guarda relación con la intensión y la búsqueda de reducir el sufrimiento y desarrollar un cuidado.
Resulta interesante reconocer la etimología de la palabra coraje, la cual deriva del término latino cor, que significa Corazón, adaptándose al español del término francés Corage. El coraje medieval representaba el centro de la vida interior de una persona, donde habitan las emociones, pensamientos y la voluntad, así el coraje está asociado a mantenernos cerca del corazón.
Por su parte, la palabra fuerza proviene del latín fortia, plural del adjetivofortis, cuyo significado es fuerte, lo cual puede ser una cualidad de alguien o de algo, por ejemplo, una construcción fortificada, con grandes muros es llamada un fuerte. Como vemos, coraje y fuerza parecen aludir a dos respuestas diferentes ante la dificultad, con el coraje nos conectamos desde el corazón, mientras que desde la fuerza construimos muros.
Aunque sintamos temor y veamos que el camino es incierto y más expuesto, el coraje es un sendero que podemos comenzar a transitar juntos, y aunque nos equivoquemos y aunque no resulte fácil, vale la pena recorrerlo.